A few nice Alejandro Ruiz images I found:
Flor silvestre 91 (1) (Cambur) [Wild flower 91 (1) (Banana)]
Image by barloventomagico
Sobre esta planta y el Coco escribí hace algunos años lo que sigue.
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El Coco y el Plátano, dos plantas muy barloventeñas de origen dudoso con abolengo indígena y criollo
Escrito por Eduardo López
Hay dos frutales cuyos lugares de origen no han sido dilucidados todavía de manera fehaciente, como lo son el cocotero y el plátano, cambur o banano. El cocotero (Cocos nucifera) es el árbol emblemático del Estado Zulia. Jesús Hoyos señalaba, al respecto, que “el lugar de origen del Cocotero es discutido. Se cree que es oriundo de Malasia o de la zona Indopacífica, pero actualmente se encuentra naturalizado en todas las costas tropicales del mundo, donde pone una nota de belleza y alegría” (Hoyos, 1985, p. 174). Volkmar Vareschi decía, a su vez, que “a pesar de las muchas investigaciones que se han realizado al respecto, aún no se sabe si el cocotero es realmente autóctono o si ha inmigrado” (Vareschi, 1979, p. 227). A nuestros fines, sin embargo, lo principal no es saber si el cocotero es nativo de América –lo cual parece muy poco probable– o de Asia, sino más bien dilucidar si ya había cocoteros en América cuando los europeos llegaron a este continente a finales del siglo XV. Que los hubiera no sería de extrañar, ya que los cocos flotan en el agua, lo que permite que sean transportados por las corrientes marinas hasta alcanzar una costa cuyo suelo posea condiciones de humedad y temperatura propicias para su germinación. Parece ser que ello sucedió en la costa occidental americana, es decir, la que baña el océano Pacífico (llamado por los españoles mar del Sur), según se desprendería de una referencia hecha por el primer cronista de Indias, Gonzalo Fernández de Oviedo, quien residió en la región del Darién, en el actual Panamá, desde finales de junio de 1514 hasta principios de octubre de 1515. Al respecto, resulta revelador que este autor dedicara un capítulo completo de su Sumario de la natural historia de las Indias a los cocos (Capítulo LXV), en el cual consignó lo siguiente:
“Estas palmas o cocos son altos árboles, y hay muchos de ellos en la costa de la mar del Sur, en la provincia del cacique Chiman, al cual dicho cacique yo tuve cierto tiempo en encomienda con doscientos indios. Estos árboles o palmas echan una fruta que se llama coco, que es de esta manera: toda junta, como está en el árbol, tiene el bulto mucho mayor que una gran cabeza de un hombre, y desde encima hasta lo del medio, que es la fruta, está cubierta de muchas telas… pero en estas Indias de vuestra majestad no curan los indios de estas cuerdas y telas que se pueden hacer de la lana de estos cocos, como se hacen en Levante, porque tienen mucho algodón y muy hermoso sobrado. Esta fruta que está en medio de la dicha estopa, como es dicho, es tan grande como un puño cerrado, y algunos como dos, y más y menos, y es una manera de nuez o cosa redonda, algo más prolongada que ancha y dura, y el casco de ella del grosor de un letrero de un real, y de dentro, pegado al casco de aquella nuez, una carnosidad de la anchura de la mitad de la groseza del menor dedo de la mano, la cual es blanca como una almendra mondada, y de mejor sabor que almendras y de muy suave gusto… Es de saber que por tuétano o cuesco de esta fruta está en el medio de ella, circundando de la dicha carnosidad, un lugar vacuo, pero lleno de una agua clarísima y excelente, y tanta cantidad cuanta cabría dentro de un huevo, o más o menos, según el tamaño del coco; la cual agua bebida es la más sustancial, la más excelente y la más preciosa cosa que se puede pensar ni beber, y en el momento parece que así como es pasada del paladar… ninguna cosa ni parte queda en el hombre que deje de sentir consolación y maravilloso contentamiento… El nombre de coco se les dijo porque aquel lugar donde está asida en el árbol aquesta fruta, quitado el pezón, deja allí un hoyo, y encima de aquél tiene otros dos hoyos naturalmente, y todos tres vienen a hacerse como un gesto o figura de un monillo que coca* [*cocar, hacer muecas o gestos], y por eso se dijo coco” (Fernández, 1979 [1526], p. 207-210. Subrayados nuestros).
Si, según se asienta en la cita anterior, Fernández de Oviedo vio en las costas americanas del océano Pacífico muchos cocoteros entre los años 1514 y 1515, es decir, apenas durante los primeros contactos con esos territorios, es de suponer que los frutos habrían germinado allí de manera natural con bastante anterioridad a la llegada de los europeos, transportados seguramente por las corrientes marinas. No obstante ello, no parece haber otras referencias tempranas que permitan suponer que lo mismo hubiese acaecido en la costa Caribe, por lo cual parecería probable que los cocoteros que hoy tanto abundan en Venezuela hubieran sido sembrados por los europeos después de su llegada, de modo que los Tomusas, que era la etnia que poblaba mayoritariamente Barlovento por entonces, no los habrían conocido sino a partir de ese momento.
Este silencio inicial de los cronistas respecto del cocotero en el Caribe contrasta, por ejemplo, con las referencias reiteradas a otra palma de múltiples usos como lo es el moriche, del cual ya hablamos en otra nota. En todo caso, desde que se tiene memoria el cocotero ha estado sembrado en el corazón del venezolano de la costa y sus aledaños, que lo ha incorporado a su vida cotidiana. El poeta y humorista caraqueño Francisco Pimentel, que utilizaba el seudónimo de Job Pim, le escribió un risueño poema al cocotero cuya última estrofa resume con tino algunas de las cualidades más realtantes de la planta:
“Yo te saludo, cocotero,
gigante, jorobado y altanero,
ornamental, burlón y filantrópico:
¡alma del Trópico!”
(En: León, 1988 [1946], p. 206)
En la misma obra de Fernández de Oviedo citada anteriormente, éste señaló que el plátano (Musa paradisiaca) habría sido llevado por los españoles a América, donde “hanse multiplicado tanto, que es cosa de maravilla ver la abundancia que hay de ellos en las islas y Tierra-Firme” (Fernández, 1979 [1526], p. 229). Este tema sería retomado mucho después por el científico alemán Alejandro de Humboldt y, ya en Venezuela, por Adolfo Ernst, naturalista también alemán radicado en Venezuela en 1861, y por Alfredo Jahn, nacido en Caracas en 1867 de padres alemanes. Ernst señalaba que bien pudieron haber llegado desde las islas Canarias las variedades de menor tamaño que allí se daban, “pero imposible es que el banano de frutos mayores que llamamos plátano haya venido” de allí, “puesto que esta especie no crece en dicho archipiélago, por razones del clima”, de modo que debió llegar “directamente de las costas occidentales de Africa” traída, según suponía este meritorio científico, por los portugueses (Ernst, 1973 [1890], p. 50 y 57). Al igual que Ernst, su discípulo Alfredo Jahn recordaba que “Humboldt fue el primero en defender la teoría de que el banano era conocido por los aborígenes americanos antes del descubrimiento”, posición que Jahn rechazó sobre la base de investigaciones lingüísticas que, según él, demostrarían que “el banano fue traído a nuestro continente por los españoles, poco tiempo después de realizados los descubrimientos geográficos de los primeros navegantes” (Jahn, 1941 [Circa 1908], p. 203 y 208). De ser así, los Tomusas tampoco habrían conocido los plátanos (hoy día tan abundantes en Barlovento) con anterioridad a la llegada de los europeos, planta que habría sido traída a América desde Africa occidental, si bien este último tampoco sería su lar nativo, sino Asia. En tal sentido, se sostiene que “el plátano y el cambur son originarios de la India y Malasia desde donde se propagaron al continente asiático, Polinesia y Africa. Mucho más adelante se extendió su cultivo a extensas zonas americanas a donde lo condujeron los europeos” (Fuentes y Hernández, 2002 [1993], p. 179). En todo caso, los plátanos y cambures se naturalizaron rápidamente en Venezuela, pasando con el tiempo al habla popular expresiones tales como la de caerse como un plátano o de platanazo, es decir, de espaldas o de costado, equivalente también a llevarse una sorpresa negativa, así como pisar una concha de cambur (que puede ser también de mango), que significa caer en una trampa.
Una de las grandes ventajas que presenta el cultivo del plátano es su facilidad de reproducción luego de la primera siembra, encomiada por el misionero jesuíta José Gumilla en los siguientes términos:
“Una vez crecido y cerrado el platanal unas hojas contra otras es finca permanente, que pasa dando continuamente fruto de padres a hijos, y con poco cultivo pasa a los nietos y bisnietos; no porque aquel tronco que dio su racimo produzca jamás otros, sino porque al tiempo de madurar el racimo de la guía, ya su hijo, que retoñó de la cepa, tiene racimo en flor, y ya los otros retoños van subiendo en todas las cepas porque en ninguna falte racimo maduro y en flor en todo el círculo del año, que es cosa admirable. Por este abundante socorro, han establecido los padres misioneros que, convenidos ya los gentiles en el paraje en que se han de ir agregando para formar colonia, la primera diligencia sea desmontar y prevenir un dilatado platanal, para socorro universal de los que se han de ir agregando” (Gumilla, 1963 [1741], p. 437).
Esa cualidad inestimable que tienen el plátano y el cambur de proporcionar alimento abundante y continuo sin exigir más que cuidados menores fue destacada de manera especial por Andrés Bello en los siguientes versos de su conocida Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida:
“i para ti el banano
desmaya al peso de su dulce carga:
el banano, primero
de cuantos concedió bellos presentes
Providencia a las jentes
del ecuador feliz con mano larga.
No ya de humanas artes obligado
el premio rinde opimo:
no es a la podadera, no al arado
deudor de su racimo:
escasa industria bástale, cual puede
hurtar a sus fatigas mano esclava:
crece veloz, i cuando exhausta acaba,
adulta prole en torno le sucede.”
(Bello, 1958 [1826], p. 8)
Estas virtudes excepcionales de los plátanos permitieron que su aprovechamiento calzara perfectamente dentro del modo de producción de los indígenas del trópico americano. En lo relativo a los Tomusas, no cabría duda de que lo adoptaron tempranamente como parte de su dieta. En efecto, ya en 1578 el gobernador de Venezuela, Juan de Pimentel, señalaba que entre “los árboles que hay en esta provincia que tuvieron los indios y tienen de coltura” estaban los plátanos (Pimentel, 1964 [1578], p. 129-130). En el caso específico de los Tomusas establecidos en Barlovento, ello fue confirmado por el gobernador de Cumaná, Pedro de Brizuela, quien sostenía en su relación de 1655 que “la nación tomuça” se sustentaba, entre otras plantas, de plátanos (Brizuela, 1957 [1655], p. 414 y 417). Resultaría evidente, por tanto, que el plátano, sea que hubiese sido traído por los europeos o que hubiese existido con anterioridad una variedad americana de la planta, formaba parte del modo de vida de los Tomusas del siglo XVI, como sucedió con muchas otras etnias.
Gumilla, ponderando las virtudes de esta planta, sostenía que “los plátanos son el socorro de todo pobre; en la América sirven de pan, de vianda, de bebida, de conserva y de todo, porque quitan a todos el hambre” (Gumilla, 1963 [1741], p. 436). Combinado con ese otro posible inmigrante que, como referimos anteriormente, es el coco, dio lugar en Barlovento a un producto de la dulcería regional llamado cafunga, nombre con sabor inconfundible de ancestro africano (Sojo, 1986 [1943-1948], p. 319). Pero además de alimento, los plátanos y cambures han tenido otros usos, pues “todo en el banano es útil: la hoja, que entre sus muchos usos tiene el de sazonar la hallaca multisápida; la concha seca, que sirve para labor de esteras y rodetes; la cepa y la cáscara, aprovechada como excelente forraje y aun como materia textil” (Briceño, 1983 [1952], p. 48). En cuanto al fruto, las flores e incluso el tronco, tendrían aplicaciones terapéuticas. Más aún, la planta completa proporciona la sombra temporal más utilizada para proteger los arbolitos de cacao, debido a que “presentan un crecimiento rápido, follaje suficiente” y “son de fácil eliminación” (Ramos et al., 2004 [2000], p. 28). Esta práctica, presente en Barlovento, se remonta al tiempo mismo en que comenzaba la explotación del cacao a gran escala, como se comprueba en la siguiente cita de Matías Ruiz Blanco, un misionero franciscano que ejerció en Píritu, el cual, como muchos otros, se caracterizaba por no desaprovechar oportunidad alguna de despotricar sin piedad de los indígenas cuya conversión le había sido confiada:
“Con los plátanos se amadrinan los árboles del cacao, que son amigos de la sombra y enemigos del sol… En creciendo el árbol del cacao, que llega a cerrar con el conjunto y se puede hacer sombra, mata al plátano en pago del beneficio que recibió de él siendo pequeño, y así es símbolo de la ingratitud, propiedad que reina en todos los indios” (Ruiz, 1965 [1690], p. 17).
Bibliografía citada
Bello, Andrés. 1958 [1826]. Silva a la agricultura de la Zona Tórrida. En: Sucre, Guillermo (compilador). Las mejores poesías venezolanas. Tomo I. Primer Festival del Libro Popular Venezolano. Caracas.
Briceño Iragorry, Mario. 1983 [1952]. Alegría de la tierra. Fundación Mario Briceño-Iragorry. Caracas.
Brizuela, Pedro. 1957 [1655]. Informe de Don Pedro de Brizuela, Gobernador de Cumaná, sobre la Provincia de la Nueva Barcelona. En: Boletín de la Academia Nacional de la Historia. N° 160. Caracas.
Ernst, Adolfo. 1973 [1890]. Observaciones sobre la historia del banano en América. Ediciones Culturales INCE. Caracas.
Fernández de Oviedo, Gonzalo. 1979 [1526]. Sumario de la natural historia de las Indias. Fondo de Cultura Económica. México.
Fuentes, Cecilia y Daría Hernández. 2002 [1993]. Cultivos tradicionales de Venezuela. Fundación Bigott. Caracas.
Gumilla, José. 1963 [1741]. El Orinoco ilustrado y defendido. Academia Nacional de la Historia. Caracas.
Hoyos, Jesús. 1985. Flora emblemática de Venezuela. Petróleos de Venezuela. Caracas.
Jahn, Alfredo. 1941 [Circa 1908]. Origen del bananero en América. En: Aspectos físicos de Venezuela. Editorial Cecilio Acosta. Caracas.
León, Luis. 1988 [1946]. Poetas parnasianos y modernistas – Antología. Ministerio de Educación – Academia Nacional de la Historia. Caracas.
Pimentel, Juan. 1964 [1578]. Relación de Nuestra Señora de Caraballeda y Santiago de León, hecha en Caraballeda. (Acompaña un mapa y plano de la ciudad). En: Arellano Moreno (Compilador). 1964. Relaciones geográficas de Venezuela. Academia Nacional de la Historia. Caracas.
Ramos, Gladys, Pedro Ramos Arrieta y Antonio Azócar Ramos. 2004 [2000]. Manual del productor de cacao. Fondo Intergubernamental para la Descentralización. Caracas.
Ruiz Blanco, Matías. 1965 [1690]. Conversión de Píritu, de indios Cumanagotos, Palenques y otros. Academia Nacional de la Historia. Caracas.
Sojo, Juan Pablo. 1986 [1943-1948]. Estudios del folklore venezolano. Biblioteca de Autores y Temas Mirandinos. Los Teques.
Vareschi, Volkmar. 1979. Plantas entre el mar y la tierra. Una flórula de las playas del Caribe. Ernesto Armitano Editor. Caracas.
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Cocotero, Cocotero dorado [Coconut Tree] (Cocos nucifera)
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Lugar: Finca La Pomarrosa, Barlovento, centro norte de Venezuela.
Place: La Pomarrosa Farm, Barlovento, north centre Venezuela.
Sobre esta planta y el Cambur o Plátano escribí hace algunos años lo que sigue.
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El Coco y el Plátano, dos plantas muy barloventeñas de origen dudoso con abolengo indígena y criollo
Escrito por Eduardo López
Hay dos frutales cuyos lugares de origen no han sido dilucidados todavía de manera fehaciente, como lo son el cocotero y el plátano, cambur o banano. El cocotero (Cocos nucifera) es el árbol emblemático del Estado Zulia. Jesús Hoyos señalaba, al respecto, que “el lugar de origen del Cocotero es discutido. Se cree que es oriundo de Malasia o de la zona Indopacífica, pero actualmente se encuentra naturalizado en todas las costas tropicales del mundo, donde pone una nota de belleza y alegría” (Hoyos, 1985, p. 174). Volkmar Vareschi decía, a su vez, que “a pesar de las muchas investigaciones que se han realizado al respecto, aún no se sabe si el cocotero es realmente autóctono o si ha inmigrado” (Vareschi, 1979, p. 227). A nuestros fines, sin embargo, lo principal no es saber si el cocotero es nativo de América –lo cual parece muy poco probable– o de Asia, sino más bien dilucidar si ya había cocoteros en América cuando los europeos llegaron a este continente a finales del siglo XV. Que los hubiera no sería de extrañar, ya que los cocos flotan en el agua, lo que permite que sean transportados por las corrientes marinas hasta alcanzar una costa cuyo suelo posea condiciones de humedad y temperatura propicias para su germinación. Parece ser que ello sucedió en la costa occidental americana, es decir, la que baña el océano Pacífico (llamado por los españoles mar del Sur), según se desprendería de una referencia hecha por el primer cronista de Indias, Gonzalo Fernández de Oviedo, quien residió en la región del Darién, en el actual Panamá, desde finales de junio de 1514 hasta principios de octubre de 1515. Al respecto, resulta revelador que este autor dedicara un capítulo completo de su Sumario de la natural historia de las Indias a los cocos (Capítulo LXV), en el cual consignó lo siguiente:
“Estas palmas o cocos son altos árboles, y hay muchos de ellos en la costa de la mar del Sur, en la provincia del cacique Chiman, al cual dicho cacique yo tuve cierto tiempo en encomienda con doscientos indios. Estos árboles o palmas echan una fruta que se llama coco, que es de esta manera: toda junta, como está en el árbol, tiene el bulto mucho mayor que una gran cabeza de un hombre, y desde encima hasta lo del medio, que es la fruta, está cubierta de muchas telas… pero en estas Indias de vuestra majestad no curan los indios de estas cuerdas y telas que se pueden hacer de la lana de estos cocos, como se hacen en Levante, porque tienen mucho algodón y muy hermoso sobrado. Esta fruta que está en medio de la dicha estopa, como es dicho, es tan grande como un puño cerrado, y algunos como dos, y más y menos, y es una manera de nuez o cosa redonda, algo más prolongada que ancha y dura, y el casco de ella del grosor de un letrero de un real, y de dentro, pegado al casco de aquella nuez, una carnosidad de la anchura de la mitad de la groseza del menor dedo de la mano, la cual es blanca como una almendra mondada, y de mejor sabor que almendras y de muy suave gusto… Es de saber que por tuétano o cuesco de esta fruta está en el medio de ella, circundando de la dicha carnosidad, un lugar vacuo, pero lleno de una agua clarísima y excelente, y tanta cantidad cuanta cabría dentro de un huevo, o más o menos, según el tamaño del coco; la cual agua bebida es la más sustancial, la más excelente y la más preciosa cosa que se puede pensar ni beber, y en el momento parece que así como es pasada del paladar… ninguna cosa ni parte queda en el hombre que deje de sentir consolación y maravilloso contentamiento… El nombre de coco se les dijo porque aquel lugar donde está asida en el árbol aquesta fruta, quitado el pezón, deja allí un hoyo, y encima de aquél tiene otros dos hoyos naturalmente, y todos tres vienen a hacerse como un gesto o figura de un monillo que coca* [*cocar, hacer muecas o gestos], y por eso se dijo coco” (Fernández, 1979 [1526], p. 207-210. Subrayados nuestros).
Si, según se asienta en la cita anterior, Fernández de Oviedo vio en las costas americanas del océano Pacífico muchos cocoteros entre los años 1514 y 1515, es decir, apenas durante los primeros contactos con esos territorios, es de suponer que los frutos habrían germinado allí de manera natural con bastante anterioridad a la llegada de los europeos, transportados seguramente por las corrientes marinas. No obstante ello, no parece haber otras referencias tempranas que permitan suponer que lo mismo hubiese acaecido en la costa Caribe, por lo cual parecería probable que los cocoteros que hoy tanto abundan en Venezuela hubieran sido sembrados por los europeos después de su llegada, de modo que los Tomusas, que era la etnia que poblaba mayoritariamente Barlovento por entonces, no los habrían conocido sino a partir de ese momento.
Este silencio inicial de los cronistas respecto del cocotero en el Caribe contrasta, por ejemplo, con las referencias reiteradas a otra palma de múltiples usos como lo es el moriche, del cual ya hablamos en otra nota. En todo caso, desde que se tiene memoria el cocotero ha estado sembrado en el corazón del venezolano de la costa y sus aledaños, que lo ha incorporado a su vida cotidiana. El poeta y humorista caraqueño Francisco Pimentel, que utilizaba el seudónimo de Job Pim, le escribió un risueño poema al cocotero cuya última estrofa resume con tino algunas de las cualidades más realtantes de la planta:
“Yo te saludo, cocotero,
gigante, jorobado y altanero,
ornamental, burlón y filantrópico:
¡alma del Trópico!”
(En: León, 1988 [1946], p. 206)
En la misma obra de Fernández de Oviedo citada anteriormente, éste señaló que el plátano (Musa paradisiaca) habría sido llevado por los españoles a América, donde “hanse multiplicado tanto, que es cosa de maravilla ver la abundancia que hay de ellos en las islas y Tierra-Firme” (Fernández, 1979 [1526], p. 229). Este tema sería retomado mucho después por el científico alemán Alejandro de Humboldt y, ya en Venezuela, por Adolfo Ernst, naturalista también alemán radicado en Venezuela en 1861, y por Alfredo Jahn, nacido en Caracas en 1867 de padres alemanes. Ernst señalaba que bien pudieron haber llegado desde las islas Canarias las variedades de menor tamaño que allí se daban, “pero imposible es que el banano de frutos mayores que llamamos plátano haya venido” de allí, “puesto que esta especie no crece en dicho archipiélago, por razones del clima”, de modo que debió llegar “directamente de las costas occidentales de Africa” traída, según suponía este meritorio científico, por los portugueses (Ernst, 1973 [1890], p. 50 y 57). Al igual que Ernst, su discípulo Alfredo Jahn recordaba que “Humboldt fue el primero en defender la teoría de que el banano era conocido por los aborígenes americanos antes del descubrimiento”, posición que Jahn rechazó sobre la base de investigaciones lingüísticas que, según él, demostrarían que “el banano fue traído a nuestro continente por los españoles, poco tiempo después de realizados los descubrimientos geográficos de los primeros navegantes” (Jahn, 1941 [Circa 1908], p. 203 y 208). De ser así, los Tomusas tampoco habrían conocido los plátanos (hoy día tan abundantes en Barlovento) con anterioridad a la llegada de los europeos, planta que habría sido traída a América desde Africa occidental, si bien este último tampoco sería su lar nativo, sino Asia. En tal sentido, se sostiene que “el plátano y el cambur son originarios de la India y Malasia desde donde se propagaron al continente asiático, Polinesia y Africa. Mucho más adelante se extendió su cultivo a extensas zonas americanas a donde lo condujeron los europeos” (Fuentes y Hernández, 2002 [1993], p. 179). En todo caso, los plátanos y cambures se naturalizaron rápidamente en Venezuela, pasando con el tiempo al habla popular expresiones tales como la de caerse como un plátano o de platanazo, es decir, de espaldas o de costado, equivalente también a llevarse una sorpresa negativa, así como pisar una concha de cambur (que puede ser también de mango), que significa caer en una trampa.
Una de las grandes ventajas que presenta el cultivo del plátano es su facilidad de reproducción luego de la primera siembra, encomiada por el misionero jesuíta José Gumilla en los siguientes términos:
“Una vez crecido y cerrado el platanal unas hojas contra otras es finca permanente, que pasa dando continuamente fruto de padres a hijos, y con poco cultivo pasa a los nietos y bisnietos; no porque aquel tronco que dio su racimo produzca jamás otros, sino porque al tiempo de madurar el racimo de la guía, ya su hijo, que retoñó de la cepa, tiene racimo en flor, y ya los otros retoños van subiendo en todas las cepas porque en ninguna falte racimo maduro y en flor en todo el círculo del año, que es cosa admirable. Por este abundante socorro, han establecido los padres misioneros que, convenidos ya los gentiles en el paraje en que se han de ir agregando para formar colonia, la primera diligencia sea desmontar y prevenir un dilatado platanal, para socorro universal de los que se han de ir agregando” (Gumilla, 1963 [1741], p. 437).
Esa cualidad inestimable que tienen el plátano y el cambur de proporcionar alimento abundante y continuo sin exigir más que cuidados menores fue destacada de manera especial por Andrés Bello en los siguientes versos de su conocida Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida:
“i para ti el banano
desmaya al peso de su dulce carga:
el banano, primero
de cuantos concedió bellos presentes
Providencia a las jentes
del ecuador feliz con mano larga.
No ya de humanas artes obligado
el premio rinde opimo:
no es a la podadera, no al arado
deudor de su racimo:
escasa industria bástale, cual puede
hurtar a sus fatigas mano esclava:
crece veloz, i cuando exhausta acaba,
adulta prole en torno le sucede.”
(Bello, 1958 [1826], p. 8)
Estas virtudes excepcionales de los plátanos permitieron que su aprovechamiento calzara perfectamente dentro del modo de producción de los indígenas del trópico americano. En lo relativo a los Tomusas, no cabría duda de que lo adoptaron tempranamente como parte de su dieta. En efecto, ya en 1578 el gobernador de Venezuela, Juan de Pimentel, señalaba que entre “los árboles que hay en esta provincia que tuvieron los indios y tienen de coltura” estaban los plátanos (Pimentel, 1964 [1578], p. 129-130). En el caso específico de los Tomusas establecidos en Barlovento, ello fue confirmado por el gobernador de Cumaná, Pedro de Brizuela, quien sostenía en su relación de 1655 que “la nación tomuça” se sustentaba, entre otras plantas, de plátanos (Brizuela, 1957 [1655], p. 414 y 417). Resultaría evidente, por tanto, que el plátano, sea que hubiese sido traído por los europeos o que hubiese existido con anterioridad una variedad americana de la planta, formaba parte del modo de vida de los Tomusas del siglo XVI, como sucedió con muchas otras etnias.
Gumilla, ponderando las virtudes de esta planta, sostenía que “los plátanos son el socorro de todo pobre; en la América sirven de pan, de vianda, de bebida, de conserva y de todo, porque quitan a todos el hambre” (Gumilla, 1963 [1741], p. 436). Combinado con ese otro posible inmigrante que, como referimos anteriormente, es el coco, dio lugar en Barlovento a un producto de la dulcería regional llamado cafunga, nombre con sabor inconfundible de ancestro africano (Sojo, 1986 [1943-1948], p. 319). Pero además de alimento, los plátanos y cambures han tenido otros usos, pues “todo en el banano es útil: la hoja, que entre sus muchos usos tiene el de sazonar la hallaca multisápida; la concha seca, que sirve para labor de esteras y rodetes; la cepa y la cáscara, aprovechada como excelente forraje y aun como materia textil” (Briceño, 1983 [1952], p. 48). En cuanto al fruto, las flores e incluso el tronco, tendrían aplicaciones terapéuticas. Más aún, la planta completa proporciona la sombra temporal más utilizada para proteger los arbolitos de cacao, debido a que “presentan un crecimiento rápido, follaje suficiente” y “son de fácil eliminación” (Ramos et al., 2004 [2000], p. 28). Esta práctica, presente en Barlovento, se remonta al tiempo mismo en que comenzaba la explotación del cacao a gran escala, como se comprueba en la siguiente cita de Matías Ruiz Blanco, un misionero franciscano que ejerció en Píritu, el cual, como muchos otros, se caracterizaba por no desaprovechar oportunidad alguna de despotricar sin piedad de los indígenas cuya conversión le había sido confiada:
“Con los plátanos se amadrinan los árboles del cacao, que son amigos de la sombra y enemigos del sol… En creciendo el árbol del cacao, que llega a cerrar con el conjunto y se puede hacer sombra, mata al plátano en pago del beneficio que recibió de él siendo pequeño, y así es símbolo de la ingratitud, propiedad que reina en todos los indios” (Ruiz, 1965 [1690], p. 17).
Bibliografía citada
Bello, Andrés. 1958 [1826]. Silva a la agricultura de la Zona Tórrida. En: Sucre, Guillermo (compilador). Las mejores poesías venezolanas. Tomo I. Primer Festival del Libro Popular Venezolano. Caracas.
Briceño Iragorry, Mario. 1983 [1952]. Alegría de la tierra. Fundación Mario Briceño-Iragorry. Caracas.
Brizuela, Pedro. 1957 [1655]. Informe de Don Pedro de Brizuela, Gobernador de Cumaná, sobre la Provincia de la Nueva Barcelona. En: Boletín de la Academia Nacional de la Historia. N° 160. Caracas.
Ernst, Adolfo. 1973 [1890]. Observaciones sobre la historia del banano en América. Ediciones Culturales INCE. Caracas.
Fernández de Oviedo, Gonzalo. 1979 [1526]. Sumario de la natural historia de las Indias. Fondo de Cultura Económica. México.
Fuentes, Cecilia y Daría Hernández. 2002 [1993]. Cultivos tradicionales de Venezuela. Fundación Bigott. Caracas.
Gumilla, José. 1963 [1741]. El Orinoco ilustrado y defendido. Academia Nacional de la Historia. Caracas.
Hoyos, Jesús. 1985. Flora emblemática de Venezuela. Petróleos de Venezuela. Caracas.
Jahn, Alfredo. 1941 [Circa 1908]. Origen del bananero en América. En: Aspectos físicos de Venezuela. Editorial Cecilio Acosta. Caracas.
León, Luis. 1988 [1946]. Poetas parnasianos y modernistas – Antología. Ministerio de Educación – Academia Nacional de la Historia. Caracas.
Pimentel, Juan. 1964 [1578]. Relación de Nuestra Señora de Caraballeda y Santiago de León, hecha en Caraballeda. (Acompaña un mapa y plano de la ciudad). En: Arellano Moreno (Compilador). 1964. Relaciones geográficas de Venezuela. Academia Nacional de la Historia. Caracas.
Ramos, Gladys, Pedro Ramos Arrieta y Antonio Azócar Ramos. 2004 [2000]. Manual del productor de cacao. Fondo Intergubernamental para la Descentralización. Caracas.
Ruiz Blanco, Matías. 1965 [1690]. Conversión de Píritu, de indios Cumanagotos, Palenques y otros. Academia Nacional de la Historia. Caracas.
Sojo, Juan Pablo. 1986 [1943-1948]. Estudios del folklore venezolano. Biblioteca de Autores y Temas Mirandinos. Los Teques.
Vareschi, Volkmar. 1979. Plantas entre el mar y la tierra. Una flórula de las playas del Caribe. Ernesto Armitano Editor. Caracas.
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R08_Grupo de discusión del lunes día 7
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Participantes del primero de los grupos de discusión que tuvo lugar durante las jornadas.
Adolfo Sánchez (MIGA)
Javier Fernández
Jesús Arias
Emilio Almagro
Enrique Novi
Adriana Razquín y Miren Usoz (Tomakandela)
Iván Monje
Laura Gallego (Creadores Invisibles Córdoba)
Jose Luis Chacón
Manuel Prados
Miguel Benlloch
Joaquín Ruiz
María García
Gabriel Cabello
Pablo P. Becerra
Jose Danel Campos
Fotografía: Alejandro del Pino Velasco